LA BUSCADORA DE CONCHAS
Tu, bella niña, estas ahí en ese lienzo pintado por las manos de un artista
(que ni siquiera conozco) Hermosa como Diosa salida del Olimpo, tu pelo rojo
cobrizo recogido en un moño lleno de bucles, vestida de blanco inmaculado, que da
a tus mejillas reflejos nacarados, para que resalte mas el color rubí que
habita en ellas.
Tus pies calzados con sendas sandalias de cuero marrón, dejan su huella
sobre esa playa donde recoges lindas
caracolas y conchas de nácar fina, que llegan a la orilla montadas sobre una
ola como si fuera un corcel con crines de blanca espuma, para besar la arena y dejarle como
regalo los tesoros de ese mar maravilloso que te rodea.
A lo lejos se divisa ese faro que en noches de galernas, con su luz
salvadora anuncia a los marineros que hay tierra cerca; y que pronto podrán
volver a su Ítaca particular.
Yo te miro ahí, inclinada recogiendo las bellas conchas marinas, tal vez
soñando convertirte en sirena para sumergirte en ese mar de color verde
esmeralda y así ver de cerca los arrecifes coralinos, montarte en un caballito
de mar para pasear libremente por el fondo donde tus lindas conchas reposan, y
así poder adornar tu cabeza con ellas.
Tú me miras desde ese cuadro que será eterno, pues las cosas bellas nunca
mueren mientras haya gente con sensibilidad suficiente para admirarlas. Y con
tu belleza exótica me trasladas a las antiguas civilizaciones, donde los Dioses regían los destinos de los
humanos, y veo en ti, a la bella Elena de Troya o la diosa Atenea en su
maravilloso templo contemplando a sus pies toda la Ciudad.
Déjame decirte bella “niña” que me fascinas, y cuando estoy delante de ese
cuadro no soy yo la que te mira, es mi espíritu el que esta absorto en tu
contemplación.
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